lunes, 26 de diciembre de 2011

Cruzadas



Era una noche fría, lo que en diciembre no debía extrañar. Se oían pocas voces en los alrededores; la mayoría de los alumnos del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería se habían marchado a casa a pasar las fiestas. Así las cosas, los profesores tenían un periodo de paz y tranquilidad que pocas veces disfrutaban.
Hasta que algo pasaba.
—¡Albus! ¿Quiere hacerme el favor de calmar a estos chicos? Deles un castigo ejemplar, ¡sin falta!
Albus Dumbledore, uno de los magos más grandes de la época, suspiró ante el tono duro y frustrado de su subdirectora. Seguramente aquellos alborotadores le habían colmado la paciencia, así que haría algo al respecto.
Pero tratándose de él, no actuaría de forma muy convencional.
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—¿Los envió a casa? ¿Así de sencillo?
Minerva McGonagall miró al director con severidad. Estaban ambos en el Gran Comedor, esperando a sus colegas para la cena. Era la víspera de Navidad y coincidieron en una de esas raras ocasiones en que nadie aparte de ellos estaba allí. Así, la profesora de Transformaciones había preguntado por el castigo a sus más descarriados alumnos y se halló con que se habían marchado a casa para las fiestas.
—Mi estimada Minerva, no sé para qué los querríamos aquí. ¿Le gustaría despertar mañana y encontrarse con alguna broma en los obsequios o en la comida?
—No, creo que no —reconoció la mujer, haciendo una mueca.
—Precisamente. Pero no crea que fui tan benevolente…
McGonagall se permitió arquear una ceja con incredulidad.
—… Antes de enviarlos a casa, les escribí a sus familias. Quiero pensar que la autoridad paterna será más efectiva que la mía en estas fechas.
—En ciertos casos —razonó McGonagall, tomando asiento en un banco cercano —No es como si todos esos chicos tuvieran familias convencionales. Si lo sabré yo…
Dumbledore sonrió ligeramente y se sentó frente a ella, dándole la espalda a uno de los espléndidos árboles de Navidad que solían instalarse en el Gran Comedor.
—Este tipo de fiestas me provocan nostalgia —comenzó Dumbledore distraídamente, mirando a su alrededor —Me hacen pensar en lo que ha pasado y también imaginarme lo que nos falta por vivir.
—No es que nos falte mucho.
—Cierto. Ya amamos, ya odiamos, ya nos amaron y odiaron…
McGonagall asintió, sin saber a qué quería llegar el director con ese extraño discurso.
—Nos queda poco qué enseñar a los jóvenes. Aunque algunos parezcan no apreciarlo. ¿Va a ser muy dura con esos chicos cuando vuelvan, Minerva?
—Se lo merecen por lo que hicieron. No se preocupe, me moderaré lo suficiente para darles la oportunidad de suplicar.
—Con todo respeto, ¿cree sinceramente que suplicarán?
A McGonagall le tomó solamente dos segundos contestar.
—No todos ellos y no de forma evidente. Pero sí, suplicarán.
—Bien dicho.
Se quedaron en silencio un momento, antes que Dumbledore sacara a colación una anécdota sobre el fallido intento de montar una obra navideña en Hogwarts. A McGonagall le causaba gracia escuchar esa historia, no importaba cuántas veces la oyera, así que dejó que Dumbledore la narrara, aunque fuera por enésima vez.
A esa anécdota siguieron muchas otras, casi todas relacionadas con alumnos memorables ya fuera por su intelecto, por su simpatía ¿y por qué no? Algunos por su torpeza. Tendiendo ambos dos largas vidas con el camino cruzado, dos largas historias en las que todavía no se puede adivinar un epílogo certero, dos grandes magos hablaban de sus vivencias como si el tiempo las hubiese congelado en sus mentes.
Así, cuando el resto de los profesores llegó, los hallaron con una sonrisa y comentando el último desastre causado por los alborotadores en turno. Algunos docentes hicieron muecas al recordar dicho desastre, pero se abstuvieron de hacer comentarios.
Después de todo, era Nochebuena.
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—¿Tuve razón?
Albus Dumbledore recibió a Minerva McGonagall después de la cena del primer día de clases tras las vacaciones de Navidad. Quería conocer sus impresiones respecto al asunto de sus alborotadores en turno. Quizá hasta divertirse un rato con eso.
—Sí, por supuesto —a la subdirectora le costaba mucho reconocer que sus métodos de disciplina no eran tan eficaces como las estrafalarias medidas del director —Todos llegaron con caras largas, alegando que apenas pudieron salir de sus habitaciones en sus casas, ¡y en Navidad! Evidentemente, lo consideraron un crimen.
—Para chicos de doce años, eso era un crimen, Minerva.
—¡Esos muchachos tendrán doce años, pero ya se ve que serán una pesadilla!
—Yo, opino que tienen buenos sentimientos. Quizá maduren con el tiempo, pero mientras tanto, tendremos que estar preparados para cualquier cosa.
A McGonagall no le hizo gracia escuchar eso, pero era mejor asentir ante Dumbledore y retirarse antes que perdiera una discusión con él.
Aún cuando presentía que el anciano tenía toda la razón del mundo.
Sin embargo, la Navidad en el castillo fue tranquila sin esos pequeños granujas. Con todo y que, demostrando que Dumbledore tenía razón (otra vez), le enviaron una tarjeta festiva que decía más o menos así.

“Estimada profesora: Perdónenos por convertir en pompas de jabón todas las esferas de los árboles del Gran Comedor. No fue nuestra intención hacerlo, aunque debe admitir que no olvidará esta Navidad fácilmente. Pásela bien. Atentamente: James y Sirius.”

Definitivamente, esos chiquillos serían uno de sus mejores recuerdos navideños, a pesar de sus diabluras.
Y presentía que Dumbledore pensaba algo similar.

By Tere Bell.

Navidad Gris



Aitor estaba en el hospital debido a que un pulmón se le había parado. Era un chico joven y alegre al que, pese a todo, nunca le faltaba una sonrisa en la cara.
Esta vez, la mala suerte era doble porque se había puesto enfermo en unas fechas muy señaladas, las navidades. Una etapa del año que a Aitor le gustaba mucho y le hacía mucha ilusión vivir junto a su familia y sus seres queridos en su hogar, en su entorno habitual.
Aitor sabía que estas navidades las tendría que pasar junto a su compañero de habitación y junto a las enfermeras, y eso le entristeció. Debido al poco espacio de las habitaciones, solo dejaban que estuviesen dos acompañantes por pacientes en los días más destacados. Aitor supo desde el principio quienes serían esas dos personas, su madre y su novia Blanca. Sabía que el distanciamiento entre los domicilios del resto de familiares y el hospital, dificultaría que otros fuesen a verle y más con todo el lío de los preparativos para las noches importantes.
Pasaban los días y Aitor iba seleccionando en su mente a las enfermeras que mejor le caían. Al menos, alguna de las enfermeras le hacía pasar un rato bueno contándole anécdotas cuando éstas no tenían mucho trabajo. Una en especial le parecía muy simpática debido a su buena actitud y al buen rollo que transmitía. Ella trabajaba en el turno de tarde y el verla le hacía el día más ameno. Además, gracias a lo bien que le cayó a dicha enfermera Aitor, éste conseguía pequeños privilegios. La enfermera le consiguió una bombona de oxígeno portátil al joven para que pudiese salir del hospital por los recintos más cercanos. Entre ellos, Aitor cogió por costumbre ir a una especie de campo que le resultó, por algún extraño motivo, un lugar muy especial al que ir con su chica cada vez que ésta iba a visitarle. Allí pasaban momentos muy bonitos. Aitor sabía a la hora que le tocaban los antibióticos y diez minutos antes llegaba a su habitación del hospital. Solamente salía cuando estaba aquella simpática enfermera que le daba permiso ya que sabía que la mayoría de las demás no le dejarían ir por normas hospitalarias.
Pero una nueva mala noticia cubrió de preocupación a Aitor. Aquella enfermera tan risueña iba a ser trasladada a otro hospital. Durante los últimos días que pudo disfrutar de aquellos privilegios que le daba, Aitor no hizo más que desear que la que viniese en su lugar fuese, al menos, la mitad de buena que ella. Muy a su pesar, no fue así.
A la tarde siguiente de despedirse de su idolatrada enfermera, llegó la sustituta. Una mujer de gran altura y robusta con el pelo liso y cara de pocos amigos. Nada más verla, supo que todos los “chollos” que había tenido con la anterior se habían acabado. Lo que más pena le dio fue el no poder salir con su novia Blanca a aquél campo testigo de ese amor.
Era noche buena y Blanca se había percatado de la situación que tenían rondando por allí la enfermera que tanto imponía. Pero Blanca no podía permitir que su novio pasase una tarde tan especial de una manera tan amargada. Ella pensaba que Aitor ya tenía suficiente con la enfermedad que le había poseído. Por eso, planeó algo.
Blanca sabía que la bombona de oxígeno portátil seguía en la habitación, el problema era como podría salir Aitor sin ser visto con tan aparatoso objeto. Pero pensando y pensando, se dio cuenta de que había observado, durante la semana que llevaba ya aquella enfermera, como cada tarde a las seis y media dicha enfermera se tiraba cinco minutos reponiendo medicamentos en la sala que tenían detrás del mostrador de información. Ese sería el intervalo en el que Aitor tendría que salir de allí para no ser visto. Además, sabía que la enfermera no pasaría por la habitación hasta las diez menos cinco, hora a la que les ponía los antibióticos a Aitor y a su compañero de habitación. Así que tendrían unas tres horas y media, aproximadamente, para estar juntos.
Eran las cuatro de la tarde y Blanca comenzó a escribir una nota detallando el plan paso a paso. En aquella carta, destacó algo al final escribiéndolo en mayúsculas “IMPORTANTE: QUEDAMOS EN LOS VESTUARIOS DEL CAMPO A LA MISMA HORA QUE HACE UNA SEMANA, A LAS SIETE EN PUNTO. QUIERO CELEBRAR A SOLAS CONTIGO LA NAVIDAD”. Una vez pensado lo principal, Blanca comenzó a pensar en cómo sorprender a Aitor. Eran las cinco y media cuando Blanca salió de su casa con todos los preparativos en el coche y se dirigió al hospital al que llegó a las seis. Con el paso acelerado, subió a la habitación y estuvo solamente quince minutos con Aitor al que al despedirse, disimuladamente, le dejó la carta en la mano izquierda tapada por las sábanas. Acto seguido, Blanca bajó de nuevo al coche del que sacó todos los preparativos que colocó en ese intervalo de  cuarenta y cinco minutos en aquél lugar especial en el que solían ir. Cinco minutos antes de las siete, Blanca tenía todo preparado y se dirigió a los vestuarios de aquel campo que se encontraban a unos metros de donde había preparado todo.
Aitor, siguiendo estrictamente cada paso detallado en aquella carta, logró salir del hospital sin ningún problema. Y lo más importante, sin ser visto por la enfermera. Por algún motivo, Aitor tenía que hacer un poco de tiempo para no llegar antes de las siete al lugar indicado. Así que, decidió ir a una de esas tiendas de al lado del hospital para comprar a Blanca un detallito y un ramo de sus flores favoritas adjuntando una tarjeta especial.
Por fin llegaron las siete y Blanca vio aparecer a Aitor. Ambos se dieron un beso apasionado y se intercambiaron regalos. Blanca, muy lista, condujo disimuladamente a Aitor al lugar donde había preparado todo. Éste se quedó boquiabierto cuando vio todo aquello. Había luces navideñas, cintas que acabaron utilizando de bufandas, la nieve les acompañaba, en donde se solían sentar habían mantas calentitas con las que poder acurrucarse, la comida también estaba presente viéndose polvorones y otras muchas cosas… Pero lo que más destacaba para Aitor, era la persona que estaba viviendo ese momento con él, su chica, Blanca. Llevaba ese gran vestido que tanto le gustaba a Aitor y se había colocado una flor blanca en el pelo. Estaba perfecta.
Pasaron las tres horas y media más maravillosas de su relación. Ambos estuvieron muy felices y deseaban que no se les acabase el tiempo pero, una vez más, otro deseo del joven Aitor se deshacía en el olvido.
Después de tres horas de momentos inolvidables, Aitor supo que tenía que volver al hospital antes que se diese cuenta aquella antipática enfermera. Tenía que aligerar el paso pues iba justito de hora para llegar antes de que pasase la enfermera por la habitación a ponerle el antibiótico. Cuando llegó, visualizó el pasillo en donde no encontró a la enfermera, por lo que, supuso que estaría dentro de alguna habitación. Aprovechando, se dirigió a su habitación con el máximo sigilo. Pero, justamente, antes de entrar por la puerta de su habitación, la enfermera le pilló.
El silencio se hizo en todo el sector, el poco ruido de las televisiones se disiparon siendo apagadas por todos para evitar broncas después del grito que oyeron. La enfermera cogió a Aitor y, gritándole, le hizo meterse en la cama de malas maneras. Le quitó bruscamente la bombona de oxígeno advirtiéndole que no volvería a verla. La tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo. La enfermera, muy indignada sintiéndose vacilada, salió de la habitación dejando su mala leche presente entre la cama de Aitor y la de su compañero de habitación. Esa noche, Aitor tuvo pesadillas con aquella mujer.
A la tarde siguiente, la enfermera muy vengativa, le puso a propósito potasio por vena sin disolver en suero. Ella era consciente de que el potasio por vía intravenosa debía mezclarse con suero para evitar quemaduras internas. Aitor sentía un gran dolor en el brazo, le quemaba por dentro. No lo soportaba y de la desesperación se arrancó de golpe la aguja del brazo. Con muy mala leche y sin que se enterase nadie, la enfermera le dijo al oído que eso era lo que ocurría cuando la intentaban vacilar. Cuando más tarde fue a visitarle la novia, Aitor le contó lo sucedido y entonces Blanca supo que le tenía que sacar de allí. Habló con la madre de Aitor y decidieron que a la mañana siguiente pedirían el alta voluntaria y lo llevarían a otro hospital. Si la noche anterior había tenido pesadillas, esa noche no pudo dormir.
A la mañana siguiente, con ojeras en los ojos, Aitor le pidió al encargado de planta el alta voluntaria. Como acordaron, llevaron a Aitor a otro hospital para que fuese bien atendido. Una vez que fue instalado en su nueva habitación, la madre le pidió que le escribiese un informe detallando todo lo que ocurrió. La madre y la novia llevaron a la enfermera a juicio por negligencia médica y ganaron el caso siendo indemnizados con una cantidad de dinero.
Aitor, por su parte, fue muy bien atendido en el nuevo hospital y pasó una navidad todo lo buena que pudo ser en las condiciones en las que se encontraba. Para él, lo más importante era pasarlas con su madre y con su chica. Con eso le fue suficiente para pasar unos buenos días y recibir una dosis de felicidad.  

By Abel.

Aquel 25 de diciembre




Nevaba. El frío se sentía por todos los rincones de su ser. Esme abrazaba su vientre intentando entrar en calor. Cayó sentada sobre la alfombra blanca todavía con los brazos entrelazados y se recostó contra un muro. Cada exhalada dejaba una espesa neblina que se elevaba hasta desaparecer.
Se sentía fatal.
Toqueteó su abdomen todavía algo convexo y soltó una lágrima. Escuchaba por la ciudad a los niños riendo con sus padres por la festividad; ella solo quería desaparecer.
Sentía que había perdido todo. Vio toda su vida y planes caerse abajo como un grupo de dominós. Todo resumido a escombros. No se podía imaginar sin su bebé, sin su niño entre sus brazos.
No soportaba la idea de nunca ver a la pequeña criatura, no poder darle mimos. Se sentía vacía, como si algo le faltase.
No podía respirar bien, tenía un nudo en la garganta y una presión en el pecho. Apretaba sus manos en puños mientras lloraba amargamente. Su cuerpo temblaba.
No supo en qué momento pasó. Solo saltó del despeñadero sin mirara atrás, pero no sintió nada. La vida no valía ahora para ella. Su último recuerdo fue un dolor intenso, ardiente recorriéndola.
Abrió los ojos lentamente. El frío ya no se sentía. Delante de ella estaba un hombre bien parecido de ojos dorados y piel pálida. Le recordó al doctor Cullen, aquel caballero que conoció en su adolescencia.
Mirando por las ventanas vio como la nieve continuaba cayendo. Le quemaba la garganta.
Entonces el perfecto hombre abrió la boca y con la más melodiosa voz de todas susurró:
-Feliz Navidad

Tras tantos años juntos todavía lo amaba con locura. Sentía que a su corazón latir –a pesar de que no lo hacía– al verlo. Él era su salvación desde aquel frío día.
Carlisle le tendió con elegancia una copa de champán a su esposa y tras un leve brindis se sentaron tranquilamente en el comedor y rememoraron viejos recuerdos...como el 25 de Diciembre de hacía muchos años...


By Nesa.

Pomfrey me curó el corazón


Argus Filch. Una persona que se ocultaba detrás de una máscara de odio, traición, maldad y frialdad. Nadie nunca se paró a pensar, ¿alguna vez Filch había amado? Esa era la pregunta que muy pocos estudiantes de Hogwarts se había preguntado, incluso el mismo Filch se lo preguntó. Todos creían que era un hombre solitario y amargado, pero, detrás de esa máscara, su corazón pertenecía a alguien.

Filch caminaba por los pasillos en compañía de la señora Norris en dirección a la enfermería. La señora Norris vestía un lazo rojo y Filch se había arreglado un poco. Por los pasillos miles de estudiantes le miraban raro, pero él seguía adelante. La señora Norris miraba de vez en cuando a su amo como pidiendo que le quitara ese lazo, pero él no le hacía caso alguno.
Filch estaba radiante de felicidad. Una parte de su corazón tenía esperanza y otra, sin embargo, tenía miedo de que volviese a ocurrir. Tenía miedo de que se repitiera lo mismo que a su querida Violet.


Mil novecientos ochenta y ocho.

Filch se encontraba impaciente en su vacía casa. Solo estaba él. Todo estaba en silencio, se podía escuchar su respiración ir a mil por hora. Ese día era uno muy especial.
Él estaba esperando una llamada de teléfono que le cambiaría completamente la vida.
Ya eran las cinco y todavía no había sonado el teléfono.
Se estaba empezando a preocupar, ¿y si eso era mala señal? ¿Y si era falsa alarma?
Miles de preguntas rondaban su cabeza con un mismo tema en común. Violet.

El teléfono empezó a sonar, él se abalanzó a cogerlo para escuchar atento por el audífono.
-¿Argus Filch?-preguntó una enfermera al otro lado de la línea.
-Si, soy yo.
-Será mejor que venga cuanto antes. Creo que no se lo querrá perder.-dijo con voz risueña la enfermera. A continuación, colgó el teléfono.
Filch no sabía que hacer, no sabía que decir, su cara de felicidad lo decía todo. Salió a la calle, su coche no estaba y el hospital estaba muy lejos. No le importaba, echó a correr con todas sus fuerzas. Quería estar allí, quería verla, no se quería perder aquel acontecimiento. No se quería perder el nacimiento de su única hija. Michaela.

Eran las siete y ya estaba en el hospital, un logro personal. Fue directo a recepción.
-¿Me puede decir donde está la sala de partos?-preguntó alterado. La enfermera le señaló una dirección en concreto. Se fue corriendo murmurando un “gracias”.
Allí estaba, su futuro, detrás de esa puerta color azul. Para él, todo su mundo lo eran ellas. Iba a entrar por esa puerta, pero una enfermera le paró.
-Lo siento, no puede entrar, espere aquí fuera, por favor.-Filch, se sentó en una de las sillas y solo pudo esperar.

Habían pasado horas y horas. Eran ya, las tres de la madrugada. Ya se estaba preocupando, no había recibido ninguna noticia de Violet o de cómo estaba su bebé.
Estaba ya harto de esperar, quería saber que ocurría hay dentro.
Una enfermera salió, traía la típica cara de malas noticias y eso le preocupó bastante.
-Lo hemos intentado todo, pero...no a sobrevivido.-Filch se había derrumbado. Su mundo se había terminado, ya no tenía futuro, ya no tenía razones para vivir. Su mujer, había muerto.
-¿Qué a pasado con el bebé?-preguntó con los ojos llenos de lágrimas.
-También a muerto.-definitivamente, ya no tenía razones para vivir.
En ese mismo lugar, Filch se juró que no volvería a amar.


Ahora que lo pensaba, le daba igual, se arriesgaría. Tenía un único pensamiento positivo en su cabeza que mantenía en pie su idea principal.
-Violet lo habría querido.-susurró antes de entrar a la enfermería. Allí, Pomfrey regañaba a un alumno por mentir, en realidad solo había tomado pastillas vomitivas.
-¿Señora Pomfrey?
-Hola Filch, ¿que desea?-preguntó amablemente. En realidad ella no era mala persona, solo cumplía con su trabajo.
-Verá...me preguntaba si...¿querría usted cenar esta noche conmigo?-esas palabras le costó decirlas, pero lo había conseguido y no se arrepentía de nada.
-Me encantaría.
Por primera vez Argus Filch decidió que merecía la pena sonreír. La señora Norris ronroneó a su lado tiernamente, como queriéndole decir lo que los dos ya sabían. Esa Navidad sería inolvidable.

By Alexia M.

Simplemente Nessie


Entré en mi habitación, me tumbé en la cama y escondí la cabeza bajo la almohada.
Tenía ganas de llorar, pero a la vez, una sensación de libertad que no había experimentado nunca.

No me arrepentía de lo que había hecho. Pero, admitía, que no estaba nada bien.

Me fastidiaba saber que todos daban por hecho una cosa que jamás iba a suceder.

Pensaban que, dentro de unos años, Jacob Black, sí, el chico al que consideraba como un tío o un hermano mayor, me besaría delante de la familia.

Yo, al ser su imprimación, me enamoraría locamente de él. Y nos casaríamos, tendríamos hijos -nadie me ha hablado de esto último, así que habría que probar- y viviríamos felices y comeríamos… Lo dejo ahí, comeríamos.
Pero, ¿qué pasaba conmigo?, ¿y si yo no quería nada de eso?, ¿acaso por ser la imprimación de un estúpido hombre lobo tenía que resignarme a que controlaran mi vida de tal forma?
- ¿Reneesme? -escuché la voz de mi madre al otro lado de la puerta. Sabía que estaba molesta por haberle ''roto el corazón'' a su mejor amigo.

- ¡Déjame en paz! - chillé, con una rebeldía que me sorprendió.

Oí como suspiraba.
No se le daba bien reñir. En ese aspecto se parecía mucho al abuelo.

- Mira, hija, no te voy a echar la bronca… Pero has armado una grande - dijo, a modo de broma.
- Tendrás que bajar y pedirle perdón a tu tía. Está muy enfadada.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Tía Alice no era como la pintaban.

- Y ahora ya te dejo. Pero, que sepas, que no me ha gustado ni pizca lo que has hecho.

Escuché como los pasos de mi madre se alejaban de mi puerta.

Cogí mi Mp3 -que me había regalado mi padre cuando era pequeña, y que no cambiaba por nada del mundo- de la mesita de noche. Y puse Don't stop me now de Queen a todo volumen.

Alice estaba dándole los últimos retoques a la fiesta que había preparado. Los invitados llegarían a las nueve, donde daríamos paso a la cena -había preparado una mesa con aperitivos y comida- y después pondrían música para bailar.
Me encontraba en la habitación de Rosalie, mirando con ojos incrédulos el vestido que esta misma me había elegido.

Era largo hasta los tobillos, con el escote de palabra de honor.

La parte de abajo era de tul. Y de color rojo oscuro.

Me sentía totalmente estúpida vistiendo así. Pero nadie me dejaba ir a la fiesta en vaqueros, camiseta y converse…

- Cariño, Alice no deja de preguntar si estás lista - dijo mi padre, entrando en la habitación. Yo pegué un salto y me tapé con una sábana de la cama, que era lo que más a mano tenía.

Los ojos de mi padre se abrieron mucho, sorprendidos.

- Vaya… -dijo maravillado. Se acercó a mi, tiré la sábana al suelo y me miré en el espejo de pie que Rose quería como a un tesoro.

- Lo sé, estoy horrible -bufé, mirando la extrema palidez de mi piel, que no me gustaba en absoluto.
- Nada de eso, estás preciosa -acarició uno de mis rizos y me dio un beso en la mejilla.
- Papá - le llamé con voz fría- no vuelvas a besarme, anda… Que ya soy mayorcita.
- Ness… -sonrió de medio lado y se giró para irse- aunque tu aspecto sea el de una chica de dieciséis años, ni por asomo lo eres.

Salió de la habitación, mientras reía de la fulminante mirada que le echaba, y antes de irse, dijo:
- Alice dice que bajes a ayudarla, tenéis que acabar de decorar el árbol.

Eran las ocho y media cuando acabamos con la última decoración.

Anduve hasta llegar a donde se celebraría la fiesta. El jardín trasero.

Y me maravillé de lo bien que había quedado todo. Tía Alice nunca dejaría de sorprenderme.
Había montado una enorme carpa plateada, y, dentro de ella, había colocado mesas, sillas, y la enorme mesa del fondo, en la que ya habían servido la comida.

En el centro de la carpa había una plataforma de baile circular, con una gran bola de discoteca colgada en el techo de la lona.

Así como un montón de farolillos verdes, rojos, y plateados, que colgaban de los árboles de alrededor de la casa.

Me fijé en mi padre. Que estaba ayudando a la abuela a poner bien los faroles que quedaban.
- Ness… Ya ha llegado Jacob -dijo, con una pequeña sonrisa.

Giré sobre mis talones y volví al jardín delantero. Donde Jake abrazaba a mamá.

También estaba el abuelo, Billy y Sue.

Corrí, hasta ellos, y abracé a Charlie.

Él correspondió el abrazo.
- Eh, Nessie, ¿no vas a darme un beso? - levanté la cabeza del hombro de mi abuelo y vi a Jacob, con los brazos abiertos y mirándome con esa sonrisa tan suya.
- Saca el arma -le susurré a mi abuelo.

Charlie rió, por lo bajo. Pero me soltó. Y yo fui a abrazar a Jacob.

Me cogió fuerte de la cintura y me estrechó contra él. Para después darme un beso en la frente.
- Hola, Jake -dije, en apenas un susurro.

- Estás preciosa -me dijo emocionado. Me fijé en como sus ojos brillaban de una forma curiosa cuando me veía.
- Sí, claro… Lo dices por esa tontería de la imprimación -dije, separándome de él.
Jacob se rió con mi comentario. Pero a mi no me hacía ninguna gracia.

- ¿Van a venir los Clearwater? -pregunté.

- ¡Pues claro que sí! - exclamó Billy.

- Esos no se pierden ni una fiesta -dijo mi abuelo. - Anda, viejo, que te acompaño al jardín trasero -le dijo al padre de Jacob.

- Soy inválido, no imbécil -le contestó este.

- ¡Ness, corre, tienes que ir a recibir a los invitados, ya son casi las nueve! - gritó mi tía, apareciendo detrás de mi y causándome otro infarto.

- ¿Te crees que soy tu criada? - le pregunté, cuando me hube recuperado del susto.
- Reneesme Carlie Cullen, ves ahora mismo a ayudar a tu tía -me ordenó mi madre.
- ¡A sus órdenes, mi capitán! -exclamé, llevándome la mano a la frente.

Seguí a tía Alice hasta la entrada. Y en cierto modo, me reconfortaba haberme largado de aquel jaleo.
Escuché una carcajada que solo podía venir de Jacob. Eso significaba que había empezado a meterse con tía Rose.

Cuando todos los invitados habían llegado ya, cargué con todas las prendas de ropa y las dejé en el sofá del comedor.

Sentí como alguien me agarraba la cintura por detrás y me daba un tierno beso en la mejilla.
- Jacob… No vuelvas a darme estos… -me giré, y sonreí. Solo podía sonreír al verle.
- Pues, ¿Y si no fuera Jacob? -preguntó. Yo me mordí el labio inferior pensativa.

Me abrazó bruscamente y yo correspondí su abrazo gustosamente.

- ¿Qué tal estás, Seth?
- Bien.

Me soltó, para mirar mejor el atuendo que llevaba.

- Estás… -enarqué una ceja- estás rarísima.

Yo reí. Era el único que había sido sincero.

- Gracias… No sabes lo feliz que me hace oír eso -dije yo, realmente me hacía feliz.
Seth Clearwater era uno de mis mejores amigos. Había crecido un poco durante estos años, y su expresión ya no era tan infantil. Nadie diría que se había quedado congelado en los quince.

- Bueno, ¿hay comida?
- ¡Sí, toda la que quieras! -le cogí del brazo y le guié al jardín trasero, donde estaba la carpa.
Cuando entramos casi todo el mundo ya había empezado a comer. Nos hicimos paso entre la gente y nos pusimos delante de la mesa.

- Come -le di paso. Y antes de que pudiera cambiar de opinión había cogido un plato y se había abalanzado sobre la comida. Aquella comida que tanto asco me daba.
Empezó a sonar música de los ochenta, y alguna que otra persona se dirigió hacía la plataforma para bailar.
- Eh, que guay -Seth dejó el plato en la mesa y empezó a moverse de una forma muy rara. Creo que intentaba bailar - ¿quieres bailar?

- ¿Estás de coña, Clearwater? Sácame de aquí, por favor -le rogué. Él empezó a reír. Con esa risa tan bonita que tenía. Me cogió del brazo y empezamos a caminar entre la gente que bailaba.

No veía por donde iba, solo me dejaba guiar. Pero me paré inmediatamente cuando choqué con alguien, bastante más grande que yo.

- Jake, casi me matas -dije, cuando vi quien era.

- Lo siento, Ness, ¿tienes hambre, quieres algo de beber?

- Sí, por favor, cero negativo -sonreí. - Estaré en la cocina, con Seth.

Clearwater tiró de mi y me alejó de Jacob, que se había quedado un poco parado.
Salimos de la carpa, entramos en casa y, por último, llegamos a la cocina.

- Menuda locura de fiesta -dije cansada.

- Ya… Alice monta unas grandes -sonreí.

Me dirigí al armario de encima de la encimera. Cogí una bolsa de regaliz, que era la única comida humana que me gustaba, y se la ofrecí.

Él se sentó en la encimera, y yo me senté a su lado. Cogió una tira de regaliz de la bolsa y le dio un mordisco.

- Me gusta mucho el regaliz de fresa… Es nuestro favorito -él sonrió. La de veces que nos habíamos hinchado a regaliz.

Puse la cabeza en su hombro. Me sentía tan bien a su lado. Era como si no tuviera que aparentar nada. Dejaba de ser la niña perfecta de los Cullen para ser simplemente Nessie.
- A mi me gustas tú -dijo.
Levanté la cabeza y le miré, sorprendida de lo que había dicho.

- Verás, como amiga… Digo… -se estaba empezando a ruborizar.

- ¿Entonces no te gusto? -pregunté.
- Bueno, es que yo…
- Pues a mi tú si que me gustas mucho -sonreí. E inmediatamente dejé de pensar. Le cogí del cuello de la camisa, y cuando lo tuve lo suficientemente cerca de mi, le besé.
Cerré los ojos, y esperé a que reaccionara. Unos segundos después cogió mi nuca y correspondió mi beso con más fuerza, moviendo sus labios sobre los míos.
Sentí como si todo a mi alrededor hubiera desaparecido. Y sentí algo inexplicable en el estómago. Algo que me había sentido muchas veces cuando escuchaba mi canción favorita.
Un ruido me sacó de mi trance. Algo se había caído al suelo causando un gran estruendo.
Me separé de él y miré que había causado tal sonido.

El suelo estaba lleno de sangre. Y una sensación de dolor, que solo había tenido cuando estaba sedienta recorrió mi garganta. Era cero negativo.

Miré a Jacob, que estaba completamente ido, con una expresión indiferente en el rostro, aunque apretaba los puños con fuerza.

Pensé en lo mucho que se enfadaría la abuela al ver tantos cristalitos en el suelo, y la mancha de sangre.
Pero luego pensé en Jacob. Y me sentí muy mal.


Jacob me miró de una forma muy distinta a la que solía mirarme, una mezcla entre decepción, miedo y tristeza, y, después se marchó por la puerta.
- ¡Jake, espera! - exclamó Seth. Y le siguió, esquivando los cristales del suelo.
Pegué un saltito para bajar de la encimera y les seguí.

- ¡Esperad! - chillé cuando salí al jardín. Mi padre me miraba de una forma muy rara.
- ¿Qué has hecho? - como si no lo supiera.

Jacob y Seth habían desaparecido. Pero un montón de gente empezó a venir al jardín delantero. Mi madre llegó la primera, con Charlie y Billy.

- ¿Qué ha pasado, Reneesme?
- He besado a Seth, mamá.
- ¿Qué has hecho qué? -preguntó horrorizado el abuelo. Parecía que iba a darle algo.
Todos posaron sus miradas en mi, miradas de todas las clases, y salí corriendo.
Llegué a la casita donde vivíamos papá, mamá y yo, y entré en mi habitación.
Me quité los cascos del Mp3 y lo tiré al suelo.

Sabía perfectamente que Seth no querría hablar conmigo después de aquello.

La imprimación del macho Alfa era superior a cualquier otra cosa; nada debería poder quebrantar una ley tan sagrada, algo tan superior, y sin embargo, yo me había sentido como nunca me había sentido antes.

Estaba enamorada de Seth Clearwater. Y ninguna absurda ley podía cambiar eso.

By Claudia Lupin.

Lágrimas por una carta.

Cuando recibí esa carta se me pusieron los pelos de punta no sabia si sería una trampa o solo querian saber mas sobre Renesme el caso es que sin contarselo a Edwar fui.Creo que Alice me vió y por eso antes de salir con Renesme edwar me paró y me dijó “adonde vas”, no sabía que decir e hice como que no le había visto,lo habia dejado atrás pero rapidamente se puso enfrente mia y me dijó “no vallas es una trampa”le dí a Renesme y me tire al suelo me dije “como puedes ser tan tonta Bella” y empece a lorar.Entré en la casa de los Cullen y ahí estaba Alice tan sonriente como siempre y Rosalli me saludo! Es increible pero creo que ya nos llevamos bien,me dió un pijama para la niña y…..Que pasa gritó Edwar no lo se dijo Alice  Tranquilizaros chicos dijo el doctor cullen.Veo,Veo algo dijo alice shhh callaros yo estaba muy nerviosa y no se me ocurría otra cosa que hacer que llorar,de repente Edwar me miro como si me hubiese leido la mente ¿podria ser eso posible?,correr,correr gritó Alice pero que pasa grite espera mi hija.Allí se quedaba Renesme sola y llorando.Tranquilizate bella ,edwar vendra con tu hija,ya me quede más tranquila pero Que estaba pasando? Vienen los vulturis estan cerca, no podía asustarme ahora estaba demasiado preocupada por Edwar y Renesme,estan bien dijo Alice pero aun asi no me quedaba tranquila nos quedamos en una especie de cueva era muy oscura de repente aparceió Edwar con mi hija y me quede más tranquila.No hay mucho tiempo dijó Alice estan cerca muy cerca,ahora me alegraba de ser vampira y de que los vulturis no pudiesen olerme, que quieren le pregunte a edwar no quería decirmelo pero al final me lo contó vienen a por la niña algo me recorrió todo el cuerpo en ese momento no sabia que pensar .Nos quedamos toda la noche preocupados ya iba a amanecer creiamos que ya había pasado el peligro y de repente una sombra sale de por atrás  y  Alee Vulturi sale por adelante me arrancan a mi hija de los brazos edwar sale corriendo detrás de ellos pero los vulturis son más fuertes le dije a edwar “acabo de perder a mi hija”.Bella se  quedó muy dolida ¿creería que era su culpa?,solo quería decirle que no era su culpa pero no me hacía caso ahora que era vampira me era mas facil leerle el pensamiento lo poco que podia ver esque había dejado su mente en blanco.ya estábamos cerca de los vulturis podía leerles el pensamiento.”No toquéis a mi hija” se me escapó Bella me escucho. Presa del pánico corrió a comprobar dónde estaba su hija. Tras decirla muchísimas veces que la quería, comenzó a pensar cuál podría ser el precio a pagar por la vida de aquella pequeña que tantas alegrías le había dado. Pero todo lo que tuviese que dar, lo daría por ella. cuando llegamos la niña estaba tumbada en una especie de cuna y la estaban tocando la cabecita debe morir gritaron los  Vulturis a la vez. Bella corrió hacia Renesme y la cogieron. Esto es lo que queríamos dijo Alee ya las tenemos a las dos matarlas, Por las espaldas de los vulturis salieron Carlisle Emmett y Jasper, cogieron a los vulturis por el cuello y calleron al suelo Bella cogió a la niña y salimos corriendo. Carlisle y yo estábamos atónitos era posible aquello? Los vulturis podrían haber muerto no lo sabemos pero Bella estaba más tranquila y eso es lo que ahora importaba.

By Crystel.